La obesidad infantil aumenta a un ritmo exponencial.

Los políticos (alertados por médicos y profesores) empiezan a darse cuenta de la magnitud del fenómeno y de sus repercusiones sociales y económicas.

La obesidad infantil afecta a las familias más desfavorecidas, creando más injusticia.

Porque un niño afectado por la obesidad corre un gran riesgo de padecer trastornos psicomotores y psicológicos. Un niño obeso no suele hacer deporte y se mueve muy poco, por lo que le resulta difícil aprender sobre su cuerpo.

Los niñosobesos suelen estar al margen de la sociedad porque se burlan de ellos (los tachan erróneamente de blandos, solitarios, vagos y miedosos).

Por eso es importante vigilar de cerca a su hijo, porque un niño obeso tiene muchas probabilidades de convertirse en un adulto obeso.

Por lo tanto, es necesario reaccionar con rapidez para que los patrones alimentarios y de comportamiento no se conviertan en permanentes.

Es durante la infancia cuando deben establecerse buenos hábitos alimentarios.

Hay tres razones principales (excluida la herencia) para la obesidad infantil

Una dieta demasiado rica en grasas ocultas (demasiada carne roja, patatas fritas, galletas, patatas fritas, chocolate) y azúcares rápidos (refrescos, dulces, etc.).

Hábitos alimentarios anárquicos con muy poco (o ningún) desayuno y picoteo incesante (normalmente delante de la televisión).

La inactividad de los niños de hoy, que pasan la inmensa mayoría de su tiempo delante del televisor (donde también reciben miles de anuncios de dulces ricos en grasas y azúcares rápidos) o de su videoconsola.

Estos niños, víctimas de la obesidad, ya no se mueven o apenas se mueven (les llevan al colegio en coche, viven en pisos pequeños sin espacio…) y, por tanto, apenas hacen ejercicio.

Sus comportamientos alimentarios (picoteo) y sus dietas (ricas en grasas y azúcares) ya no les permiten saber si están saciados o no, creando así trastornos alimentarios difíciles de modificar en la edad adulta.

Para luchar contra la obesidad En los niños, es importante no imponerles una dieta restrictiva estricta (todavía están creciendo), sino crear un círculo virtuoso introduciéndoles en una alimentación variada y equilibrada y, sobre todo, introducirles progresivamente en el deporte (empezando por la marcha al principio para darles el gusto de salir, permitirles reaprender su cuerpo y, sobre todo, reducir la televisión, que crea una actitud pasiva).

Los estudios demuestran que los niños con televisión en la habitación tienen tres veces más probabilidades de padecer obesidad.

Si un niño realiza una actividad física regular, puede disfrutar de alimentos dulces y no hay riesgo de que aumente de peso.

Veamos con un poco más de detalle las distintas fases del crecimiento de un niño y, sobre todo, los momentos en los que hay que estar más atentos.

Entre el nacimiento y los dos años: Las curvas del bebé son normales.

Después de 2 años: fase de crecimiento prolongado. El aumento de peso es más lento que el crecimiento. Los niños son entonces delgados o incluso flacos.

Entre 4 y 7 años: Suelen ser delgados. Se trata de una cifra normal y los padres no deben obligarles a comer, ya que esto podría dar lugar a malos hábitos alimentarios, especialmente en lo que se refiere al hambre y la saciedad.

Niño mayor de 8 años: segunda fase de sobrepeso sin motivo de preocupación

Inicio de la pubertad: es probable que el niño sea delgado si el aumento de peso sigue siendo moderado.

Por lo tanto, hay que tener cuidado con los niños de 10 a 13 años con sobrepeso, ya que corren un alto riesgo de desarrollar obesidad grave de por vida.

También hay que tener cuidado si el niño tiene sobrepeso durante las fases de crecimiento y uno o ambos progenitores también tienen sobrepeso.

Hay que animar a los niños víctimas de la obesidad a practicar una actividad física y crear un círculo virtuoso para que recuperen la confianza en sí mismos y, sobre todo, evitar las dietas estrictas, ya que una alimentación normal y equilibrada y la práctica regular de ejercicio deberían bastar.